CAPÍTULO QUINCUAGESIMO SEGUNDO

De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los deceplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor

Don Quijote peleó con el cabrero por decirle que tenía vacíos los aposentos de la cabeza, o sea, loco. Justo cuando se oyó el son triste de una trompeta el cabrero dejó de aporrear a don Quijote.
Como había llovido poco aquel año en la comarca las gentes hacían procesiones a una ermita para pedir la lluvia a Dios.
Don Quijote vio a los disciplinantes con túnica blanca, capirotes y látigos en sus manos. Se imaginó que era una aventura, y más cuando confundió la imagen de la Virgen con una principal señora que todos llevaban cautiva.
Don Quijote cogió la espada y montó a Rocinante, y frente a la imagen dijo que dejaran libre a la hermosa señora, que sus lágrimas indicaban que iba contra su voluntad.
Los disciplinantes se echaron a reír y entonces don Quijote sacó la espada y arremetió contra los que llevaban las andas. Uno de ellos le dio con la horquilla con que se sostienen las andas y don Quijote cayó al suelo muy mal parado.
Llegó Sancho Panza, sobre su señor, lloró e hizo el mayor teatro del mundo, pero con las voces y llantos revivió don Quijote. Este le pidió que lo pusiera sobre el carro encantado.
Así todos se separaron y ellos se marcharon para la aldea. Cuando llegaron el ama y su sobrina lo tendieron en su antiguo lecho.
La mujer de Sancho le pidió explicaciones por ser escudero de don Quijote, y este le dijo que cuando salieran otra vez en busca de aventuras tendría una ínsula y la llamarían señoría todos sus vasallos. Esta vez solo traía aventuras que habían salido mal.

Carmen Jiménez Rosell, Adrián Manjavacas Ramos,
Eduardo Medianero Sanz, Verónica Vitaliyevna Rozhko y
Mateo Turcas Guerrero
CEIP Virgen de Manjavacas, 6º Primaria