CAPÍTULO QUINCUAGESIMOPRIMERO

Eugenio, el cabrero, cuenta que a tres leguas de allí hay una aldea donde vivía un labrador muy rico y honrado, que tenía una hija hermosa y virtuosa de la que estaba orgulloso. Su belleza era famosa en aquellas tierras. De todas partes iban hombres a ver a su hija, Leandra, y pretendían casarse con ella.
El cabrero era uno de sus pretendientes y tenía esperanzas de conseguir la aprobación del padre de la joven, porque él lo conocía y sabía que era natural del mismo pueblo, “limpio en sangre” (es decir, sin mezcla de raza, ni judía ni morisca), joven, muy rico e ingenioso. Pero había otro pretendiente con las mismas condiciones, Anselmo, y entonces el padre dejó la elección a su hija.
El hijo de un labrador pobre, Vicente de la Roca, se había ido de la aldea a los doce años con un capitán, y había vuelto doce años más tarde vistiendo ostentosos trajes de soldado, que aunque parecían ser muchos, en realidad no eran más que tres, combinados de distintas formas. Se sentaba en la plaza a contar historias exageradas de sus hazañas, trataba de “vos” a sus iguales, tocaba la guitarra rasgueándola, y componía poemas de asuntos triviales. Leandra lo miraba desde una ventana que daba a la plaza, se enamoró de sus apariencias, y un día se ausentó de la aldea con él, dejando a todos perplejos.
Sus parientes pidieron justicia y la buscaron. Después de tres días la encontraron en una cueva en un monte y sin el dinero ni las joyas que había sacado de su casa. Entonces ella les contó que Vicente la sacó de su casa dándole su palabra de ser su esposo y prometiéndole que la llevaría a la ciudad más rica y lujosa del mundo, que era Nápoles. Sin embargo, la llevó a una cueva y le quitó todo su dinero y se fue. El padre de Leandra la llevó a un monasterio y ella está ahí desde entonces.
Anselmo y Eugenio se quedaron entristecidos y decidieron dejar la aldea en donde vivían e ir al valle en el que están ahora. Desde entonces pasan sus días entre los árboles, apacentando a sus rebaños, cantando y suspirando por Leandra.
Así termina su relato el cabrero, diciendo que esta es la razón por la que le había hablado a su cabra de la manera en que lo hizo, y que por ser hembra la desestima. Finalmente les ofrece alimentos sabrosos a sus oyentes.

Elena Morales Castellano, Adela Escudero Martínez,
José Antonio Picazo Tirado y Alonso Manjavacas Ramos.
CEIP Virgen de Manjavacas, 6º Primaria