CAPÍTULO DUODECIMO

Del donoso escrutinio que el cura y  el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo.

Los grandes amigos del hidalgo, el cura Pedro Pérez y el barbero Nicolás, y la sobrina de don Quijote observaron que sus libros de caballería le estaban volviendo loco y llegaron a la conclusión de que tenían que quemar sus libros para que no le afectaran más.

Después de esta decisión fueron a por don Quijote y lo llevaron a la cama para que se fuera a dormir. Al día siguiente el cura y el barbero fueron a casa de don Quijote y le pidieron las llaves de la biblioteca a su sobrina. A continuación empezaron a elegir qué libros quemaban y cuáles se salvaban. El primero que cogieron fue Amadís de Gaula. El cura quería quemarlo, pero el barbero dijo que no porque había oído que era el mejor, así que lo salvaron. El cura también salvó de la quema la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco y el Palmerín de Inglaterra. Además se llevaron el libro llamado La Galatea de Miguel de Cervantes a casa del barbero y lo salvaron. El resto de libros lo tiraron por la ventana e hicieron un montón para quemarlos. En ese momento apareció don Quijote dando voces y cuchilladas, a la fuerza lo volvieron al lecho y se quedó otra vez dormido. Esa noche el ama quemó todos los libros y lo que hicieron el cura y el barbero para que el hidalgo no echase de menos sus libros fue quitar la puerta y tapiar la habitación.

A los dos días, don Quijote se levantó y fue a buscar la habitación, pero no la encontró, y su sobrina le dijo que vino un encantador que se llamaba Fritón en una nube cabalgando sobre una serpiente y entró en el aposento y salió volando por el tejado.

-Diría Frestón -corrigió don Quijote- Es un sabio encantador y gran enemigo mío. El hidalgo quería ir a pelear con él, pero su sobrina le aconsejó que se quedara en casa. Pasaron unos quince días y don Quijote no parecía volver a sus andadas. Durante ese tiempo busco un labrador llamado Sancho Panza, el cual dejó a su mujer e hijas para irse y servir a don Quijote, porque este le había jurado ser gobernador de una ínsula.

A la mañana siguiente se fueron sin despedirse de nadie.
-Señor caballero andante -dijo a su amo- no se olvide de mi ínsula, que yo la sabré gobernar
- Has de saber, amigo Sancho Panza- contestó don Quijote- que los antiguos caballeros hacían gobernadores a sus escuderos.
Sancho se alegró de las palabras de aquel hidalgo, pero contó que no veía a su mujer de reina, sino de condesa. Don Quijote le dijo que no se conformase con menos. Después de esta charla siguieron con su camino.

Carla Contreras Guerrero, Victoria Fernández-Chinchilla López,
Leyre Muñoz Bascuñán y Ainhoa Villanueva Zarco.
IES Julián Zarco, 3·º ESO